«La ignorancia más profunda»

Hay comentarios bonitos. Hay comentarios ocurrentes.
Los hay con gracia, sin gracia, aburridos, simpáticos, chistosos, sosos, sarcásticos, ácidos, mordaces, con retranca –como decimos en nuestra tierra–, desagradables, y lue- go existen comentarios desafortunados.
Y eso es lo que pasó hace unos días con el ya famoso auto del Juzgado de Primera Instancia nº 7 de Marbella, en el que una jueza retiró la custodia de un menor a su progenitora por, entre otros motivos, cambiar su residencia de una ciudad “cosmopolita” como Marbella, con infraes- tructuras, un buen hospital y todo tipo de colegios para poder educar correctamente a un niño, a “la pequeñísima población de la Galicia profunda a la que se trasladó la madre”, donde considera que no hay múltiples posibilidades para el adecuado desarrollo de la personalidad de un niño y para que crezca en un ambiente feliz, lejos de todo y sin apenas opciones laborales.

¡Que se despachó a gusto, vamos!
Cierto es, que en su auto esa no es la única razón por la que argumenta tal decisión, y
no me corresponde a mí juzgar este hecho. Yo no sé si esta mujer es una buena, regular o mala madre, eso le corresponde a usted como jueza que es, decidirlo, pero sinceramente, podía habérselos ahorrado. Además de desafortunados, son hirientes, gratuitos y carentes de toda lógica.
Como creo que verter unas afirmaciones de ese calibre sólo puede ser fruto de la ignorancia “más profunda” voy a intentar sacarla de ese estado de desconocimiento propio de quien no ha pisado nunca tierras gallegas, y es que ya lo decía mi abuela, mujer gallega y sabia de la Galicia profunda, –”hay que enseñar al que no sabe”.
Y lo que no sabe su señoría, por lo visto, es que en las aldeas de la Galicia Profunda, los niños y las niñas son felices. Yo fui una niña feliz. Pasé veranos enteros en “la aldea”. Aprendiendo valores como la solidaridad entre los vecinos,
–Rapariga, vai a casa da Pili e lévalle estes tomates, que onte ela mandoume un feixe de xudías que apañou unha enchenta!
Aprendí a respetar, a convivir y a compartir. A ver el resultado del trabajo bien hecho. Aprendí el valor de la pa- labra dada. Aprendí a amar y a cuidar la naturaleza. Me levantaba al alba con ella para bajar a regar el campo con el sacho al hombro, y no tengo ningún trauma por ello, al contrario, comprendí los ciclos de la naturaleza en vivo, viendo crecer el maíz, los tomates, las lechugas.

Aprendí a predecir el tiempo mirando al cielo; si el horizonte está naranja, al día siguiente hace bueno. Aprendí a tratar con respeto a los animales. Aprendí a hacer
cabañas en el bosque, mantequilla con la leche recién ordeñada y a escurrir la miel de
los panales de cera, que chu- paba golosa pringándome las manos. La mejor clase de Ciencias Naturales.
Aprendí el valor de las tradiciones, a escuchar a los mayo- res y la importancia de nuestras raíces. Amar de dónde venimos es la mejor forma de honrar a nuestros antepasados.
Aprendí el valor de la amistad. Aprendí qué es lo verdaderamente importante. Aprendí –aunque suene a tópico– que el dinero no te da la felicidad. Aprendí a valorar lo que tengo y a saber que no necesito tantas cosas materiales para ser feliz. La felicidad no está en un Centro Comercial de una cuidad “cosmopolita”.
Respiraba aire sano, sin contaminar. No llevaba reloj, –sigue siendo lo primero que
me saco cuando paso unos días allí– Así que sí. Puede decirse que en esa “Galicia Profunda” de niebla, meigas y leyendas, también sale el sol. También se vive. También se respira. También se puede ser feliz. De hecho yo lo fui. Así que hoy va por ella; por mi Galicia. Pola miña terra galega.
María Soliño.

@solinobarcia