Bip Bip… Tienes un mensaje

Bip Bip… Tienes un mensaje
«Tod@s tenemos un amigo o amiga que manda tonterías a los
grupos de WhatsApp, —y si no lo tienes, es que eres tú», como
tuitearía la Vecina Rubia en sus Redes Sociales.
Hace un par de semanas bloqueé a un amigo en mi WhatsApp.
No sé que bicho le picó, pero de repente, comenzó a enviarme las
típicas fotos chorras de chistes sobre mujeres. Bueno, para ser más
exactos, sobre tetas y culos.
Le llamé la atención una vez.
—Pepe, —vamos a llamarle Pepe, para preservar su
identidad—  ¿dónde vas? A ver, macho, —esto con segundas,
claro— tú te das cuenta de que: primero, estas cosas no tienen ni
pizca de gracia. Segundo, si a ti te la hacen, a mí, ya sabes por
descontado, que no. Y tercero, te tenía por un hombre más
inteligente —esto último, me consta que le jodió bastante.
Pues nada, el chaval, que debe de tener una época mala, vuelve a
insistir.
—Mujer, no te enfades. Es de broma.
—Pepe, te vuelvo a repetir, que la gracia se la verás tú. Yo, por
muchas vueltas que le dé, no me río viendo a una mujer desnuda, o
medio desnuda en situaciones estúpidas. Te voy a bloquear. No
quiero eso en mi teléfono.
Bueno, pues parece que no es una época mala lo que tiene, sino
una crisis del copón, porque insistió una tercera vez.
Bloqueo al canto. Punto.
Y ahora, me pongo seria.

Hace tres años montaron una exposición en la calle donde vivo.
Eran una serie de murales que representaban situaciones de
discriminación que las mujeres vivimos a diario y que habitualmente
pasan desapercibidas por lo normalizadas y aceptadas que las
tenemos. Los llamados «micromachismos».
Recuerdo pasar con mis hijos y pararme a leer con ellos las
diferentes situaciones que se reflejaban en ellos, con viñetas y
leyendas que explicaban este tipo de comportamientos y los
corregían aplicando la perspectiva de género.
Cada día, durante los días que estuvo la muestra en la calle,
leíamos y comentábamos dos o tres de ellos a la vuelta del colegio
de camino a casa.
En una de ellas explicaban la brecha salarial.
Según el informe de Eurostat del año 2017, en nuestro país las
mujeres trabajamos sin cobrar desde el pasado 7 de
noviembre, o lo que es lo mismo, 55 días gratis, hasta el 31 de
diciembre. El informe nos cuenta además, que España es el
segundo país dónde más ha aumentado la brecha salarial (un
0´9%), y que en el conjunto Unión Europea ha descendido un 0´2%.
Mi hijo, que tenía nueve años, se me quedó mirando y volvió a leer
en alto el panel.
—¿Qué te parece que a las mujeres nos paguen menos dinero
por hacer el mismo trabajo?
—Pues me parece muy mal, mamá. No lo entiendo. Eso no puede
ser. No está bien. No es justo. Y no debería de
permitirse.  —sentenció, frunciendo el entrecejo.
Bien. Mi hijo es feminista. Un trocito de mi corazón violeta late
también en él.
Y tiene razón. No debería de permitirse. Pero igual que eso, que
nos parece tan obvio, tampoco deberían de permitirse otras cosas.

Sólo hay una forma de alcanzar la igualdad real y es bloqueando
determinadas actitudes, determinados comportamientos y
determinadas situaciones.
Si recibo un mensaje obsceno y degradante, dónde la mujer es un
trozo de carne, lo rechazo y lo digo. Muy alto. No me
callo. Callarnos y reírles la gracia, —que no tiene— es perpetuar el
machismo. No hacer, también es hacer. Es ser cómplice. Es no
mojarse. Es dejarlo pasar. No lo hagas. Yo no quiero esperar dos
siglos. Quiero que el contador deje de girar. Quiero que el machista
se entere de que no tiene cabida. Que no tiene soporte. Que no
tiene quien le ría las gracias. Que vosotros, los hombres, también le
dais la espalda.
Pepe, si estás leyendo esto, entiende por qué lo he hecho. Entiende
que no queremos esperar doscientos años. Entiende que hoy va
por tod@s.
María Soliño.
@solinobarcia