Cariño… ¡tenemos que hablar!

“Cariño… ¡tenemos que hablar!”
Hay anuncios y anuncios. Hay anuncios graciosos, otros insulsos, otros
sorprendentes. Algunos escatológicos, de pomadas para no sufrir en silencio.
Otros son, simplemente repugnantes, ¿de verdad es necesario que nos
enseñen la mierda que se acumula en las tuberías del lavavajillas o en el
tambor de las lavadoras? Y, ¿qué me decís de los hongos de las uñas de los
pies? A mí, me dan arcadas directamente. ¡No, por favor!.
Algunos nos arrancan una sonrisa y los hay que incluso nos emocionan y nos
hacen llorar a mares, —siempre lloro en Navidad con el de turrón, no puedo
evitarlo— y luego están los anuncios machistas.
Los que camuflados de normalidad nos venden subliminalmente la imagen de
las mujeres buenecitas que se supone debemos ser.
—“¡Hay un hombre que me hace sonreír más que mi marido!…. ¡Mi
dentista!” —dice con una sonrisa picarona la mujer que protagoniza el spot de
una conocida marca de dentífrico.
—¡Ahhh, ¿qué os creíais?, ¿que andaba por ahí sonriendo sin ton ni son a
otros hombres? Noooo.
Y yo me quedo con cara de idiota.
No. No puedes sonreírle a otro hombre si estás casada o tienes pareja. No
puedes mirar ni divertirte con otro. Con el tuyo es más que suficiente.
¿Eres buena? o, por el contrario, ¿eres un alma perdida?
No puedes sonreír, ni mucho menos pensar en él de una forma libidinosa
—bonita palabra, por cierto.
—¡Ufff, quita, quita!
Pues hete aquí, que sí. Sí se puede. «Yes we can», utilizando el famoso
slogan. Siento comunicarle a las mentes pensantes que se estrujan el cerebro
en discurrir cómo hacer que nos inclinemos por uno u otro producto que vayan
cambiando un poquito el chip. Se asombrarían si supieran la cantidad de
mujeres que miramos a otros. Sí, señores y señoras. Me incluyo. No se dice…
pero se hace. Estoy ya un poco cansada y aburrida de que me muestren una
mujer que no soy. De que edulcoren nuestras vidas y nos hagan invisibles con
situaciones y clichés casposos que no son para nada reales. Estoy saturada de
ver cómo para venderme una compresa, simulan que mi menstruación es de
color azul. ¡¡Azul!! No, señores, nuestra sangre es roja. Somos mujeres, no
pitufas, y que sepan también, que cuando tengo la regla lo que menos me
apetece es ponerme a dar saltos y hacer el pino en piruetas imposibles colgada
de un trapecio, ¿vale?. No, esos días, me pongo las bragas más feas que
tengo y sólo quiero estar tranquilita en mi sofá con un café y una peli, ¿ok?
Hace un par de años, sin ir más lejos, la campaña del día de la madre de unos
grandes almacenes —que no voy a nombrar— nos mostraba a una mujer
abnegada, sacrificada y maquillada dulcemente. Vestida de una forma muy

correcta y que además tenía cero quejas, suponiendo que nos deberíamos de
sentir identificadas con ese modelo de «buenamadre/ buenaesposa/
buenamujer». Pues resulta que chirriaba tanto, que se armó la de Dios es
Cristo y tuvieron que retirarlo. Los lumbreras que lo idearon deben estar
todavía limpiándose los chorretones que les cayeron encima.
Es cierto que las cosas, afortunadamente están cambiando —muy despacio,
eso sí— y cada vez se ve menos publicidad de la llamada «vintage», aquella
en la que en los carteles salían esposas abnegadas preparando la cena a sus
maridos y con el culo en pompa dispuestas a recibir unas zurras si no tenían la
casa reluciente.
Pero, que a ellos les anuncien Viagra y a nosotras compresas para las
pérdidas de orina… pues ¿qué queréis que os diga? A mí, me sigue chirriando.
Anunciarnos bolas chinas para fortalecer la vagina… digo yo , ¿no?
Yo me río con muchas mujeres, y con muchos hombres también. ¿Es eso un
problema? Por lo visto, sí. Así que, cariño… ¡tenemos que hablar!
María Soliño
@solinobarcia