La Culpa: esa arma de destrucción masiva
Arrastro la cesta por el pasillo del supermercado. Me paro frente a la mastodóntica nevera de los yogures y recorro a velocidad supersónica el lineal, buscando entre los miles de colorines que lo abarrotan los bebibles de fresa y plátano que uno de mis bienqueridos retoños tiene por costumbre desayunar.
En esas estoy, cuando un macizo, de ojos verdes y melena surfera se cuela en mi campo de visión.
«Joderrrrr»
Mi mente calenturienta (y mis hormonas también, para qué negarlo), se disparan en un baile de fantasías que hacen que por unos segundos dude de dónde estoy y a qué he venido.
«Los yogures, María, los yogures…».
Me sonríe y yo, como soy muy educada, se la devuelvo también. Está a punto de acercarse, cuando mi móvil suena interrumpiendo el “momento cortejo” que estaba a punto de vivir.
Era Susana, que entre otras cosas, me cuenta el agobio que tiene porque anoche en una cena familiar, tuvo una “conversación barra cuasi discusión” con su pareja, sus suegros y sus padres, en la que, ante las indiscretas preguntas de su parentela, ella volvió a reiterar su deseo de no tener hijos. Se armó la de “Dios es Cristo”, claro, y un montón de tópicos, prejuicios e ideas trasnochadas salieron a pasear entre los canapés y el entrecot.
Cuelgo y mientras espero mi turno en la caja, pienso en cómo la sociedad analiza y disecciona nuestros comportamientos y en cómo la culpa se apodera, sobre todo de nosotras. El sentimiento de
culpa que tenemos las mujeres por querer hacer cosas que, se supone, no podemos hacer, no podemos desear y no podemos imaginar, es brutal. Es destructor. Nos anula. Nos desautoriza y, en muchos casos, nos destroza impidiéndonos avanzar.
La culpa es chunga, muy chunga. Es una especie de mezcla de bilis y fango negro, que se forma en tu estómago, erupcionando e inundándolo todo, hasta corroerte y fundirte las entrañas.
Hay muchos grados, claro está, y muchos ejemplos también, a saber:
-Salgo del trabajo y no quiero ir corriendo a casa con mis hij@s, antes quiero tomarme una caña por ahí, aunque lleve todo el día sin verlos. Culpable.
-No quiero tener hij@s. Culpable.
-Tengo hij@s pero me agotan y no puedo con ellos. Culpable.
-Gano más que mi pareja. Culpable.
-Quiero tener tiempo para mí y sólo para mí. Culpable.
-Mi trabajo es importante y no quiero renunciar a él, aunque eso me suponga estar menos tiempo con mi pareja y/o hij@s. Culpable.
-Me cuesta conciliar la vida familiar y laboral y no llego a todo. Culpable.
-Tengo pareja y me gusta y/o deseo acostarme con otra persona. CULPABLE (este, con mayúsculas y subrayado).
Y así un largo etc., de cosas que al final nos minan y nos pesan. A las mujeres se nos sigue cuestionando por nuestra forma de vivir, de pensar y sobre todo, de expresar nuestra sexualidad.
¿Quién no se ha visto cuestionada alguna vez por hacer algo incorrecto? Y, ¿cuántas veces nosotras no hemos juzgado el comportamiento de otras por ser diferente al nuestro?
Si nos salimos del camino marcado nos exponemos al que dirán y al escarnio público. Y ese peso no es fácil de llevar. Esa mochila está cargada de piedras y pesa. Pesa mucho.
Así que, el que esté libre de pecado….
Y no seré yo….
Yo me guardaré mis piedras en el bolsillo para tirarlas en un estanque, mientras fantaseo con empotrar al último macizorro con el que me he cruzado en el súper.
María Soliño.
@solinobarcia