Pues si hay que explotar… ¡Explotamos!
Pues si hay que explotar… ¡Explotamos!
Hace unos días, una de mis amigas —no, esta vez no fue Susana—
envió un mensaje a mi Instagram con una foto y la siguiente frase de
Joseph Kapone, el joven escritor mexicano.
«Una mujer que lee es peligrosa, una mujer que escribe es una bomba
atómica», y tú, María, eres una bomba, acompañada de una ristra de
emoticonos variados.
Me hizo gracia. Mucha, pero como siempre me pasa, y más
últimamente, la risa inicial dejó paso a un poso de comezón crítico
que me llevó a cuestionar por qué a las mujeres que escribimos se nos
considera como auténticas bombas. Conste que no estoy criticando al
joven Joseph, todo lo contrario.
—Porque le dais voz a muchas otras que no la tienen, y porque
cuestionáis ideas, teorías y normas impuestas por la sociedad y eso no
gusta —me respondió Susana cuando se lo comenté en una de
nuestras interminables charlas telefónicas.
—Ya, pero ¿eso nos convierte en peligrosas? ¿En bombas? ¡Joder,
Susana!
—Sí —continuó—, porque despertáis conciencias y abrís mentes.
Colgué con la sensación de que efectivamente, las mujeres que
escribimos tenemos una responsabilidad, primero con nosotras
mismas, pero también con las demás mujeres.
Sororidad.
Me vienen a la mente auténticas «bombas atómicas» de la época,
como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf y Mary Shelley con
“Frankenstein”, o las actuales Margaret Atwood, y “El cuento de la
criada” o Rosa Montero y su “La ridícula idea de no volver a verte”,
por ejemplo.
Mujeres que se vieron cuestionadas, juzgadas y en muchos casos
apartadas. Escribir les costó un precio. Alto. No les importó.
Explotaron y lo pagaron.
Y entonces, recuerdo alguno de los mensajes que muchas mujeres me
escriben —y también algún hombre, todo hay que decirlo—, en el
que me dan las gracias por escribir la historia de Marina.
“Gracias por seguir recordando a las mujeres que hay que vivir sin
miedos, ….”, —este me llenó de orgullo y satisfacción, como diría
cierta persona.
“Gracias porque hoy puedo decir que siiii quiero quererme y siiii
quiero vivir sin tener que pedir permiso ni perdón a nadie…”, y este,
literalmente, me hizo llorar.
Después de darle unas cuantas vueltas, he llegado a la conclusión de
que sí, de que somos bombas atómicas. Auténticos isótopos
radiactivos, muy inestables además, cargados de párrafos, esperando
para explosionar en el momento más oportuno, llenando con nuestras
palabras los huecos que dejan los clichés más casposos y rancios que
nos encorsetan cada día.
Así que sí. Soy una bomba… y acabo de encender la mecha.
María Soliño.
@solinobarcia