«La arruga es bella… y las estrías también»

María Soliño. Traballadora Social e Escritora

Después de los calores estivales, las vacaciones, los días de playa, sol y diversión, llega el otoño de nuevo. Los días comienzan a hacerse más cortos y parece que todo invita al recogimiento y a la reflexión.
Así que una de estas tardes, en las que repasaba la lista del material escolar de mis retoños, interminable, por cierto, recordé una de las primeras columnas que escribí y que dieron mucho que pensar. El tema, como no, sigue dando para una serie de Netflix. Parece que muchas cosas se han superado, pero no nos vamos a engañar. El culto al cuerpo y a la perfección nos trae de cabeza, o de culo, según se mire. La publicidad está ahí. Las redes sociales, también.
Corría el año 1984, —siglo pasado, atentos millennials y generación Z, buscad en San Google— cuando el diseñador gallego Adolfo Domínguez, popularizó el famoso eslogan «La arruga es bella» como lema de su línea de ropa, comparándola con una segunda piel.
Fue una revolución y la frase provocó tal impacto que todavía perdura en nuestros días.
2019. Mes de agosto. Sol. Playa. Una mañana libre, entre feria y feria, y allá que me planto toalla, auriculares y bronceador en mano. Me estiro en la arena cual reptil, dispuesta a que Lorenzo se porte —no va con segundas— y me regale una piel dorada y radiante.
Pasado un rato, subo una foto a mis redes sociales.
Hasta aquí todo normal.
A los quince minutos abro por casualidad, —vale, no fue casualidad, fue mi cerebro egoico, para qué ocultarlo— la pestaña de notificaciones de Instagram. Ardía. Esa fotografía fue una de las que más comentarios y likes acumuló. En ella, mostraba orgullosa las estrías que la vida ha dejado en mi piel; en mis muslos y en mi abdomen, para ser más precisos. Sonrisas de la piel, las llamé, porque ahora, pasados los cuarenta, han dejado de importarme aunque reconozco que hace una década, sí lo hacían. Me importaban… y mucho. Siempre he sido de estar muy ligerita de ropa en la playa, vamos, que he practicado topless y frecuento playas nudistas de toda la vida, ¡y tan pancha, oye!, pero las marcas de mi vientre, resultado de tres embarazos y oscilaciones de peso, llegaron a amargarme la existencia bastante, amén del dineral que me he gastado en cremas, aceites y lociones varias que me embadurnaba como una posesa, con la promesa de hacerlas desaparecer.
—No insistas, es la calidad de la piel —me espetó un día mi ginecóloga.
Y tenía razón. Recuerdo ver de niña a mi abuela que a pesar de no haber utilizado una crema en su vida y haber dado a luz a cuatro hijas, conservaba una piel perfecta. Por lo menos, heredé su carácter.
El día que me hice esa fotografía no estaba sola. Fui con una amiga a la que sus estrías sí le importaban. No se sacó el bikini. A pesar de tener un cuerpo precioso y de que la playa era enorme y estaba, literalmente, desierta. No se sentía cómoda. Y eso, a mí, me hizo pensar. Mucho.
Ese mismo año, la cantante y actriz Demi Lovato, subió a sus redes sociales una fotografía suya en bikini sin retocar. Dijo que estaba harta. Harta de photoshop. Harta de filtros. Harta de posar. Harta de fingir ser alguien que no es. Harta de aparentar tener un cuerpo que no tiene.
Y mostró orgullosa su culo y sus muslos con celulitis.
Y la gente la felicitó por su acto de valentía y honestidad.
No sé cuantas fotos más sin retocar subirá… pero vamos avanzando.
Poco a poco. Foto a foto. Like a like.
Las sonrisas de mi piel.
Las sonrisas de la tuya, y de la suya, y de la de ella.
Nuestras sonrisas.
“Las estrías son bellas”… ¿y las arrugas? También.

María Soliño.
@solinobarcia